MARMOTA.

Raúl Alburquerque

          ¡Lucha semifinal!, a dos caídas de tres sin limite de tiempo, en esta esquina, el ídolo de las multitudes, MARRRRRRMOTA , y en la esquina opuesta, buscando terminar con su marca de triunfos consecutivos……. ellllllllllll ¡ESPECTRO!

La gente se agolpaba en las pequeñas tribunas, buscando guarecerse de las gruesas gotas de lluvia que solían caer todas las noches de agosto allá por los años 70’s, doña  Mariquita pelaba sus pepitas con los pocos dientes que le quedaban y le daban un aspecto entre cómico y deprimente, sin embargo, sus gritos a todo pulmón, ante la algarabía general,  repetían cuanta maldición recordaba  en contra de Marmota que sin duda no era uno de sus luchadores favoritos, este, por su parte, respondía a los insultos con lances aun mas temerarios haciendo gala de una excelente condición física y un estuche lleno de marrullerías, no faltaba quien, aprovechando el descuido del réferi aventaba una escoba u otro objeto contundente para que el ídolo golpeara inmisericorde a su oponente en turno, siendo no pocos los que habían tenido que salir en camilla o en brazos de sus asistentes ante la hilaridad del publico presente que mostraba su satisfacción aventando un par de monedas de a peso al Ring, que eran rápidamente recogidas por los acompañantes de Marmota, que de esa forma obtenían el único pago en efectivo por haber ofrecido una noche llena redonda llena de emociones a sus mas fieles seguidores.

Por esos años, los  mineros de las compañías aun en operación en la ciudad, tenían como pasatiempo  la practica de su deporte favorito;  algunos pasaban las tardes jugando frontón, otros practicando básquetbol o levantamiento de pesas, pero los mas, disfrutaban del deporte de sus amores, del deporte que de alguna forma los hacia sentirse mas hombres, libres, capaces de golpear a oponentes con pesos y tallas diferentes y que sin embargo, sucumbían ante el arrojo de estos héroes populares de la vida diaria, la lucha libre.
 
La pequeña arena, se llenaba de estudiantes y trabajadores que los viernes, a eso de las siete de la noche, terminaban sus labores y encaminaban sus pasos hacia el lugar en donde daban rienda suelta al desahogo de sus frustraciones, de sus tristezas, de la miseria en que las compañías mineras los tuvieron durante muchos años mientras ellas crecían económicamente hasta poder diversificar sus inversiones en negocios con mayor futuro ante las expectativas nada halagadoras de los mercados de los metales preciosos, olvidándose de los obreros que en la mayoría de los casos morían jóvenes victimas de enfermedades propias de un trabajo en el cual no se contaba con el mínimo de seguridad.
          
Por eso era maravilloso observar los lances de Marmota, un luchador bajito, si acaso un metro con cincuenta de estatura,  llenando los trajes multicolores con un cuerpo obeso, pero atlético, ágil, características que adquirió con el trabajo rudo de todos los días por el nivel 400  de la mina de San Juan.
 
La diversión duraba dos horas, luego de las cuales, ante el desencanto de los presentes, se iban apagando las luces dejando nuevamente el lugar en penumbras hasta la próxima semana en que volvería a colmarse de gritos y risas, mentadas y carcajadas y una vez mas, sanaría las almas de aquellos que tenían a las luchas de los fines de semana como única forma de poder olvidar por algunos momentos la miseria de sus vidas o el fragor de los estudios.
      
Después no volví a verlo, pasaron muchos años, veinte quizás, y su figura se fue perdiendo en el tiempo, la tradición terminó, la escuela también y vinieron los años de trabajo esforzado para conseguir un porvenir diferente.
           
Un buen día, recorriendo una de las principales calles de la ciudad volví  a verlo, vestido con un uniforme azul cielo, dos insignias, una en el hombro y otra junto a la bolsa, a la altura del pecho, corporativo de seguridad privada, decían cada una de ellas,  su mirada cansada, los pies torpes y el caminar lento.
 
Quise saludarlo pero pasó de frente, nunca fuimos amigos, ni siquiera conocidos, pero en  mi recuerdo  tenía presente sus grandes combates, aun cuando lo que quedaba de aquel luchador no era sino un fantasma, una sombra que caminaba sin sentido por la avenida, a un lado de donde años atrás se ubicaba la arena sede de sus proezas.
             
Pude ver, al voltear a observarlo detenidamente, que su vista se fijaba en aquel lugar en donde ya no existía aquel centro deportivo, luego sus ojos se dirigieron a la banqueta y prosiguió su camino, yo hice lo mismo, al llegar a la esquina una última mirada al cruzar la calle,  Marmota sigue ahí, vivo, victorioso,  luchando día a día la batalla contra la pobreza y la injusticia.

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