Editorial


En 2008, el Secretario General de la ONU, el coreano Ban Ki-moon emprendió su campaña «Únete para poner fin a la violencia contra las mujeres», una iniciativa multinacional para prevenir y eliminar la violencia contra mujeres y niñas en todas las partes del mundo. Según estimaciones de la ONU, es probable que al menos una de cada tres mujeres en el mundo sea golpeada, forzada a mantener relaciones sexuales, o que sufra otro tipo de malos tratos a lo largo de su vida, y que una de cada cinco mujeres se convierta en víctima de una violación o un intento de violación. 
 
La trata, el acoso sexual, la mutilación genital femenina, el homicidio relacionado con la dote, los asesinatos por cuestiones de honor y el infanticidio femenino son algunas otras ramificaciones del problema.

La campaña, cuyo objetivo es “movilizar a la opinión pública”, se desarrollará de 2008 a 2015, coincidiendo con la fecha fijada para el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, el vínculo con estos objetivos refleja el hecho de que la violencia contra la mujer limita la participación activa de ésta en el desarrollo y se considera un grave obstáculo para el logro de todos los objetivos de desarrollo convenidos internacionalmente, incluidos los objetivos de desarrollo del Milenio, que son: 
 
1.-Erradicar la pobreza extrema y el hambre, 2.-Lograr la enseñanza primaria universal, 3.- Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer, 4.-Reducir la mortalidad infantil, 5.-Mejorar la salud materna, 6.-Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades, 7.-Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente, 8.-Fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Para el surcoreano Ban ki-moon, este último objetivo es tan importante porque muestra las responsabilidades de los países en desarrollo con las de los países desarrollados, sobre la base de una alianza mundial respaldada en la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo celebrada en Monterrey, en 2002 y reafirmada en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo en agosto de 2002. 
 
De esta manera y mediante una guía, el chaparrito coreano, que no logró nunca terminar con la carrera nuclear de las Coreas, sugiere pasos a seguir y comparte información sobre “mejores prácticas”, para que los gobiernos trabajen junto con la ONU, las instituciones de Bretton Woods, la Organización Internacional del Comercio, organizaciones intergubernamentales y regionales; ah, y la sociedad civil.

Hace unos días, las estadísticas revelaban que cuando menos en México, la violencia contra la mujer había aumentado dramáticamente un poco mas del 40%, y aunque no tenemos el dinero suficiente para ponerle fin a este mal social, seguramente alguien nos lo prestará próximamente.

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Final ácido


ANONIMO

Soy ácido en la memoria del hombre
ánima que ve a la muerte nacer
creador de tiempo inveterado, su asesino.

Soy muerte sin el verbo
hacedor de luz y oscuridad.
Vengo sólo a contemplar
lo que al no nacer se me negó.

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El fin se une al principio

Jorge Contreras Herrera

El 22 de enero por la noche de hace un año, me encontraba escribiendo mi opinión respecto al libro de poemas de mi amigo Armando Gómez Pozos quizá la misma hora en que él moría. Fue a la mañana siguiente, cuando la directora de la Red de Bibliotecas Lic María Amparo González U. me llamó para anunciarme la trágica noticia de su muerte; me quedé impactado. 

La presentación se realizó en la sala de usos múltiples de la Biblioteca Central Ricardo Garibay el 27 de ése mismo mes (curioso que fuera en esta biblioteca, pues Armando era un experto en la vida y obra de Ricardo Garibay escritor a quien se sentía profundamente ligado entre otras cosas, por Tulancingo) a la presentación asistieron amigos y compañeros promotores de lectura, su viuda Laura y su hijo, las palabras y opiniones de su libro estuvieron a caro de la poetisa Nancy Ávila, Jorge Skinfield y yo. 

Enrique Ramírez Cipactli acompañó la presentación con un par de canciones a manera de homenaje. Hubo lágrimas, su viuda regaló ejemplares del libro de Armando. Sin duda, un momento inolvidable y profundo, para los que estuvimos en la presentación. Ahora a un año de distancia comparto con los hijos del Alebrije algunos fragmentos de lo que escribí acerca del libro de Armando: 
 
Hay muchas formas de agonizar. Recuerdo el suplicio del que habla Salvador Elizondo  y que en cierta medida le inspiró la novela “farabeuf o la crónica de un instante” Salvador contaba que el suplicio es el momento exacto cuando la  persona muere, justo en ese instante en que muere y se refiere a la fotografía de un torturado chino en el preciso instante en el que muere. Imagino un suplicio en la hoguera en donde los gritos y la carne silva por el fuego hasta que se oye la explosión de los ojos, o el agonizante en un hospital con quejidos y estertores. En el caso de este libro, noto una agonía, la agonía de quien se ahoga en un mar de fantasmas, de recuerdos condensados, y cada poema es una burbuja de espíritu, exhalaciones de un cuerpo que se sumerge cada vez más en sí mismo, y son esas exhalaciones los poemas aquí publicados.
 
En los poemas de Armado la palabra tiende a sublimarse, a reconciliarse con una naturaleza etérea. Flotan. A diferencia de muchos poemas escritos en la actualidad en donde la palabra se condensa y cada vez pesa más hasta que se va oscureciendo gradualmente cargada de sentido y significado, con el fin de que entre más pese, más flote. Aquí pasa otra cosa, los silencios entre cada palabra escrita en los versos de Armando hablan, nos dicen otros poemas ocultos, susurran lágrimas mudas, les da vida a las ausencias más lejanas. Y es tan importante lo que nos dice Armando, como lo que no dice, o mejor dicho, lo que nos dice su silencio.
 
También es un libro a los amores de Armando: padres, mujeres, y lecturas. Las mujeres enlutadas del poema dedicado a Agustín Yánez son en realidad, las mujeres que lloran por Armando y al mismo tiempo, las mujeres que le gustaría al poeta lloraran por él, incluyendo las simbólicas, como la memoria, la ausencia, la amargura, la pasión, la gratitud y por supuesto, la misma muerte.
 
… el silencio que arrastras por mi recuerdo /  cuando me traigas flores /… / aquí estará el hueco de mis brazos / esperando tus huesos. Armando conmueve no sólo el corazón, sino que logra conmover el alma, nos da un retrato de la soledad del ser humano, de la orfandad que amamanta y como padre ausente de la piel que extraña la caricia, al mismo tiempo que se sabe extrañado. Es una soledad aprisionada. Ya que no expresa soledad por convicción o por decisión sino  por circunstancia.
Y lo sigo imaginando, sumergiéndose más en un océano cósmico como una constelación de brazos abiertos exhalando poemas. Me quiebro en mil cristales /…/ mientras tú / cubres con tus alas otra piel / y me sentiré curiana / entre los mortales 
 
No hacen falta las rejas, basta la piel esa piel que el poeta quiere arrancarse, desamparado hasta de sí mismo, la orfandad se redimensiona pues no hay a quién hablarle desde el cuarto vacío en donde sólo el ilusorio eco intenta responder y muchos libros ya leídos son los cofrades de la orfandad pero la esperanza es poderosa y por una vez, sentirse huésped o hijo que vuelve a casa y no preocuparse más por la carga que este costal de mil batallas tiene que lidiar. Así Armando se va preparando para la muerte, si es que se le puede llamar así, espera, llegar al Padre, del que se ha sentido huérfano.
 
El libro de Armando Gómez Pozos es como en uno de sus versos, templo de olvido, en el que su cuerpo es un altar vislumbrado en la penumbra, ni luz ni oscuridad, desnudado y vestido para recomenzar la rueda de la memoria. Afuera, otros se burlan de la muerte pero los poemas de Armando saben que el fin se une al principio.
 
Son algunos párrafos dedicados a nuestro amigo y que vienen a resurgir, por un lado, por su año luctuoso y por otro, el tema de la gaceta: “el fin” ahora, en esta distancia, veo el fin como un punto de observación; es decir, más allá del fin, el eje de la balanza en donde nada concluye, donde la serpiente se muerde la cola, y los ciclos se redefinen con el tiempo. 

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De la música y cuestiones peores

Abraham Chinchillas

En mi pueblo se canta cuando alguien nace, una canción que trae buena suerte para el recién venido. La tonada empieza con su primer llanto y de su intensidad depende la fuerza con que se entona. En mi pueblo se canta cuando dos corazones se eligen mutuamente para la eternidad, hasta que el anochecer se vuelve el escondite perfecto para su unión; se abandonan al ritmo que junta sus cuerpos hasta confundirlos con la sincopa de la siembra. También cuando alguien muere se canta. 

Los dolientes se reúnen en torno al cuerpo y en lugar de chillar, juntos corean las canciones que el difunto prefería en vida; si alguien sólo tararea lo miran con lástima pues nunca conoció realmente al muerto.

Los pájaros, el río. Los árboles, el viento. Todo canta su propia música, sobre todo, en las orillas del día. Pero nada se escucha tan bien como el silencio. Tan nítido y estruendoso como la nada que me ha impedido ser testigo presencial de todo esto que les digo.

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Todos morimos

Raúl Alburquerque Fragoso


Desde pequeño conocí a la muerte de manera muy cercana.  Cuando estaba en segundo ó tercer grado de primaria dos de mis amigos de infancia murieron atropellados al salir corriendo en busca de sus madres que acudían a recogerlos al terminar la jornada diaria, el cuadro fue estremecedor e impactante y a pesar de  contar entonces con muy pocos años de edad, pude observar por primera vez el rostro de la muerte en la cara de mis compañeros y no termine de olvidar esos ojos sin vida,  hasta años después con el correr de la vida, que todo lo borra.

Ya en la secundaria, una de mis mejores amigas y de quien estuve enamorado secretamente durante meses, María, falleció igualmente de manera brutal cuando fue alcanzada por el autobús que la traería de su pueblo a la ciudad para asistir a clases, y  en cambio solamente la pudo llevar a un trágico fin, cortando de tajo sueños y anhelos de quien, de haber seguido viviendo, seguramente hubiera llegado a ser una persona muy completa en todos los aspectos.

Los años pasaron, llegó la época en que creemos poder hacerlo todo sin límites, sin medir las consecuencias, las fiestas y reuniones con sus excesos llegaron y afortunadamente no sufrimos ningún percance grave, ya para entonces formábamos  un grupo de seis amigos que de milagro sobrevivimos a ese ritmo de vida desenfrenado propio de la edad cuando no se tiene otra manera de expresar todo lo que nos aqueja durante esa época tan difícil pero al mismo tiempo tan hermosa de la vida.


Durante mucho tiempo, el tema de la muerte dejo de tener un lugar preponderante en mi mente, quizás porque a esa edad creemos poder ser inmortales, que la muerte no esta hecha para nosotros y en caso contrario, faltarían muchos años para poder ocuparnos de ello.

Pero todo llega a su fin, así como hay un principio, un origen, existe también un final, y con el paso del tiempo nuestra vida se va acortando y empezamos a perder gente muy cercana a nosotros, primero, los abuelos de nuestros amigos y de nosotros mismos, después tíos, primos, y así se va formando una hilera interminable de ausencias que nos van dejando solos poco a poco.

Así empezó todo, recuerdo que fue un día del mes de mayo cuando falleció aquella amiga de mamá a quien ella quería tanto y me enteré a través del periódico local en el cual salió publicada la esquela, -mala costumbre que nos impide olvidar que todos moriremos algún día- estaba por la mañana en la oficina y la leí, el primer impulso fue tomar la bocina del teléfono y llamar al numero de la casa de mamá con el fin de darle a conocer la infausta noticia, sin embargo algo me detuvo, quizás la idea de que mi madre igualmente de avanzada edad no podría tomar el acontecimiento como algo natural de la vida y se pondría mal, o quizás mi miedo a perderla también a ella.

Así transcurrió el día, sin poder decidir que sería lo más adecuado. Por la noche, las pesadillas ocuparon mi mente, al día siguiente desperté habiendo tomado una decisión.

¿Se podría evitar la muerte? ¿Por qué morimos? ¿Será porque seguimos modelos establecidos  de conducta?, ¿sería la muerte una forma de conducta, una imitación de algo que los demás hacen? morimos porque sabemos que debemos morir, pero ¿y si solo supiéramos de vida?, ¿si nunca nos enteráramos de la existencia de la muerte?
 Ese día comenzó todo, empezamos por no volver a comprar ningún diario,  la televisión solo la podíamos encender en canales que se refirieran a aspectos de vida, de salud, de bienestar, nunca de muerte, las pláticas con los amigos nunca tenían que ver nada con ese horror, se prohibió en casa tratar de cualquier forma  algún asunto relacionado con el fin y así fue, durante mucho tiempo mi madre vivió sin pensar en ella, a los médicos que la visitaban solicitábamos no hablar de eso, solo de esperanza.

Así pasaron los años, parecía que lo habíamos logrado, nadie en casa murió durante esta época, solo los que teníamos un mayor contacto con el mundo exterior debido al trabajo o la escuela teníamos esporádicos encuentros con el tema, pero los rehuíamos, evitábamos a toda costa inmiscuirnos en pláticas sobre ello, es mas, la gente misma empezó a no mencionarlo siquiera delante de nosotros, parecía que habíamos encontrado la solución para poder vivir eternamente, para ser inmortales, nuestros cuerpos mismos dejaron de sufrir de enfermedades y los estragos normales  por el paso del tiempo.

Un buen día, había salido a la oficina y deje a mamá en casa, como siempre, realizando laboriosamente su trabajo, tarareando de vez en cuando una canción, llena de vida.

Algo sucedió de manera fortuita, nunca había pasado, el vendedor de periódicos que habitualmente vendía sus diarios en el crucero de la avenida decidió terminar su día ofreciendo sus últimos ejemplares de puerta en puerta por la colonia, después lo supe, llegó a la casa y tocó, fue mamá quién abrió, tenía muchos años sin tener un periódico en sus manos, la noticia principal era agradable, “los ingresos de los trabajadores han logrado una sorprendente recuperación”, decía el encabezado.

Mamá lo tomó en sus manos y lo empezó a hojear, la sección de sociales hablaba sobre la elegante boda de una atractiva mujer, la sección de deportes exaltaba el último gran triunfo de la selección mexicana, volteó la pagina y ahí termino todo, una esquela en media plana acabo con su vida, reencontró la muerte, se dio cuenta que todos morimos algún día.

Cuando regresé por la tarde todo había acabado, había muerto con el periódico en sus manos, sentada frente al televisor, no obstante, en su cara se podía observar una gran paz, una última sonrisa de agradecimiento por haber tenido la oportunidad de vivir.

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