QUITÉMONOS LA MÁSCARA.

Guillermo Furlong Franco
Colectivo de Artistas Latinoamericanos FAAS

Sin duda, El Santo, el enmascarado de plata, fue  la figura legendaria que consagró su vida a servicio del bien y la justicia, pero en las películas,  donde los  milagros, que no tienen credo ni religión, son armados como un rompecabezas escénico. Lo que podríamos llamar la verosimilitud de la ficción.

Muchos, en nuestra niñez y aun, en edad adulta, andamos   en busca de la convicción y no de la verdad.  

¿Que el Enmascarado de plata  hizo lo correcto? No sé si lo haya hecho en sus películas, y, en definitiva, eso no es relevante. Lo que si sé, es que el Santo ejerció la virtud más tolerable. La virtud  más apreciada por la popularidad: el desahogo. Dijo lo que nosotros hubiéramos querido decir.

Todos hemos crecido alimentados por una determinada cultura, que si bien no es incuestionable ni lapidaria, funciona como un inevitable condicionamiento de cómo actuamos, sentimos y pensamos. Es decir, nosotros somos también el resultado de una formación que nos dio la cultura en la que hemos vivido. Si bien una parte importante de esta formación personal estuvo dada por la escuela, los padres, los amigos, etcétera, otra parte vino llegando por  las cosas que leímos sin que nadie nos pidiera que leyéramos. En este sentido, las generaciones de los 60s y 70s del siglo pasado en México, leímos historietas (hoy las llamamos cómics de superhéroes). En ellas conocimos al  primer personaje fantástico de la literatura popular mexicana El Santo, uno de los más queridos, junto al legendario Kalimán. Los  héroes que nos llegaban de otros países eran Superman, Batman, El Llanero Solitario, El Zorro, y otros más.
 
Aquella cultura de los superhéroes, alimentaba, en nuestra fantasía, un mundo artificioso que era expresión de nuestro tiempo, pero también, lógicamente, condicionaba nuestra manera de pensar.  Por eso, hablar de los superhéroes que teníamos sirve para saber quiénes éramos y para averiguar qué hemos ganado y perdido para llegar a ser quienes somos.

 En nuestro  país,  uno de los que más  queridos  fue El Santo. Posiblemente por ser el  primer  superhéroe  de la literatura popular mexicana o ser un tipo normal que conservó en el anonimato su vida personal.

Más allá de las características que  diferenciaban a todos los  superhéroes -unos venían de otro planeta, otros tenían súper poderes- salvo alguna excepción, todos los superhéroes compartían una cualidad especial: usaban máscara. La máscara que servía  para ocultar su doble personalidad. Tal vez por ser El Santo quien protegía su personalidad tras la máscara, fue quien más impacto tuvo en mi niñez.

En la mayoría de los superhéroes, la característica principal de su personalidad conocida y abierta, era cierto grado de estupidez. A veces también la comicidad, el miedo o la inseguridad. Es decir, siempre se trata de rasgos opuestos al heroísmo, la valentía, el honor, pero, ¿Cuál es la verdadera personalidad, la anónima, la cobarde o la heroica?

La heroica, por supuesto.

Si los superhéroes actuaban su personalidad falsa, cotidiana e intranscendente, ¿por qué era la verdadera personalidad la que aparecía enmascarada? ¿Qué habrá pasado con nosotros que hemos crecido pensando que la personalidad que debe mantenerse en secreto, oculta y escondida es la de la valentía y el heroísmo?

Quizás debamos conservar estos estereotipos de superhéroes o crear otros que enseñen a las nuevas generaciones a no ocultar detrás de una mascara, su valentía que les permite transformar los deseos en realidades y la ideas en hechos. Quizás debamos quitarnos  las máscaras que han hilvanado los estados que se auto nombran más poderosos con sus banderas y velan la conciencia de nuestros hijos. Quizás debamos quitarnos las máscaras que dividen nuestra realidad y nos hacen desear. Quizás debamos quitarnos las máscaras para ser íntegros y dejar de creer que podemos tener placer sin dolor, vida y renovación sin muerte, éxito sin fracaso, dividiendo nuestra lucha diaria en dos bandos sin, verdaderamente divertirnos con el espectáculo, que es la lucha libre por la vida.

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