El maguey

Laura Elizabeth Trejo Peña

Solía bailar danzón en los tugurios de la zona roja de Pachuca, que estaba sembrada en el barrio de La Surtidora; se trata de Froilán Barrera Trejo, mejor conocido como  “el maguey”,  vestía en aquellos días pantalón trabuco, clásico de los pachucos.
 
Era dueño de El Jacalito, un cabaret en el que ponía en práctica el “danzón de arrabal”, que a diferencia del clásico, es rítmico, cadencioso y sin pausas. El ambiente, según cuenta, comenzaba desde las diez de la noche y culminaba hasta las cinco de la madrugada.
 
Advierte que sus vivencias en el cabaret son otra cosa y actualmente las separa, “gracias a Dios yo he bailado toda mi vida, allí se bailaba música de todo, pero el danzón es aparte”.
 
Los relatos de su existencia se remiten al sitio que alentó su personalidad colmada de debilidades humanas, entre ellas el gusto por las damas y el alcohol.
 
“El maguey”, se confiesa un bailarín de todos los ritmos, pero un apasionado del danzón. Según quienes lo conocen, Froilán Barrera vivió en carne propia la época de los pachucos: fue uno de ellos.
 
Hoy, el hombre de 65 años no ha dejado la galantería, los vicios y su gusto por la danza que practica desde que tenía 14. La zona de tolerancia dejo de escuchar sus pasos hace varios ayeres, para trasladarse a un tianguis en la calle de Ocampo, ahí vende joyería de fantasía.
 
Cada ocho días, “el maguey”, acude al Centro Histórico de Pachuca, en donde tradicionalmente se baila danzón al ritmo de una orquesta. Un traje de dos piezas en  tono hueso compuesto por pantalón recto, saco largo, camisa blanca y una corbata bien atada visten a este pachuqueño.
 
El hombre porta una enorme cadena dorada de la que cuelga un dije de la santa muerte; en sus manos, sobresalen anillos de gran tamaño, dos en la izquierda y uno en la derecha. Los años parecen no hacer mella en su rostro moreno enmarcado con un pronunciado bigote, sin embargo usa  gafas oscuras para cubrir las huellas de los malos momentos: en el pasado perdió un ojo.
 
Su atuendo estrafalario y exagerado se complementa con una arracada dorada que lleva en la oreja izquierda; en la solapa usa un broche que representa a una pareja de danzoneros.
 
Relata que la época de los pachucos fue grandiosa. Los hombres, recordó, eran acusados por su forma de ser personas sin oficio y cuestionados por sus extraños atuendos, “pero para usar buena ropa y cumplirse un gusto hay que trabajar y como fuiste en el pasado, seguirás siendo en el presente”.
 
Ya con los años encima “el maguey” se dice un admirador del  danzón y bailarín de todo lo rítmico. A su manera, procura siempre “andar bien vestido”; el calzado es importante: un buen par de horma italiana y tacón cubano, ya sea de charol con ante o charol solo.
 
“Lustra el piso”, con varias mujeres, aunque es casado y ha heredado su pasión por el baile a 14 hijos, es cabeza de dos generaciones y vive para contar sus experiencias a una tercera, pues ya tiene un bisnieto. Él nació pachuco.

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