EDITORIAL



 

Hay quien dice que no hay peor lucha que la que no se hace, otros, piensan que no hay peor lucha que la Lucha Villa, a pesar de haber obtenido una diosa de plata en 1981 por su actuación en “Lagunilla mi barrio”, otros creen que la Lucha dejó de vender carne de puerco en su carnicería después de la contingencia epidemiológica que nos costó a todos tres semanas de vacaciones forzadas, y aunque la lucha se hace, a veces no salen las cosas. 

Dicen, también que el ciudadano común hace su lucha contra la adversidad económica que aprieta sus bolsillos en un hermoso país lleno de luchas y batallas heroicas, que festeja con grandes monumentos a sus héroes de carne y hueso y de vez en cuando los recrea en los cuadriláteros, porque hay hombres que luchan un día y son buenos, hay hombres que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero los hay quienes luchan todos los domingos, esos son los chidos.

Estos hombres que se han empeñado en usar máscaras para hacer su trabajo, sin importar que algún famoso poeta haya dedicado varios párrafos a alimentar la bibliografía sobre el tema, parecen tener arraigada alguna tradición milenaria que les permite ocultar el rostro y enfrentar el mal o la adversidad, pero en otra época, en otro contexto, con una particularísima manera de ser, dejando al descubierto una afirmación a las culturas ancestrales, como referente de un continuo histórico, manteniendo la investidura del enmascarado a través del tiempo. 

Estos héroes del encordado proponen una analogía con los tan variados personajes que han fijado su existencia en el corazón de la sierra hidalguense.

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