Apercibiendo

“Si, como el Griego afirma en el Cratilo,
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra nilo”
 Jorge Luis Borges.

Rosana Peralta Macías

¿Qué determina que entendamos estos signos y sepamos que son palabras? Y más aún, ¿qué expone Borges en sus versos? ejemplificar que, al leerlas, hemos traído ya a nuestras mentes las imágenes de una flor y de unos de los más impresionantes ríos que la humanidad ha designado y asociado a una sociedad que se construyó junto a él.

Y es que ésa es la diferencia entre los seres humanos y los animales que no han desarrollado una cultura –y con ello, un lenguaje simbólico- que les permita apercibir su mundo, su entorno, es decir, que les posibilite construir su realidad a partir de los objetos circundantes con base en sus experiencias y saberes previos, tal como lo ha afirmado el psicoanalista Enrique Maorenzic.

Porque los animales notan en efecto la existencia del agua y de la arena del río Nilo pero no pueden construir una significación acerca de él, dado que sólo perciben aquello que les impacta su campo sensorial pero son incapaces de ir más allá. Como lo explica el comunicólogo Felipe López Veneroni, los animales son capaces de seguir órdenes y de realizar operaciones mentales complejas como obedecer de acuerdo a una serie de indicaciones pero, jamás, serán capaces de asimilar que las relaciones que tienen con su ambiente son susceptibles de cambio, transformación o ruptura. Es decir, un gato no exigirá -basado en sus derechos como miembro de la familia- el privilegio de dormir en una recámara propia.

Es entonces cuando se da el paso de descendiente de homo sapiens-sapiens a ser humano, cuando somos capaces de articular e interpretar un código de comunicación a partir de un signo lingüístico –de acuerdo con Ducrot, especialista francés en lenguaje y su análisis- susceptible de hacerse sensible mediante el tacto, la vista o el oído.

Pero el lenguaje no es sólo el más común –el oral y/o escrito- sino también los sistemas braile, el de señas de las personas sordas o mudas o el lenguaje táctil -se logra por medio de pequeños golpes en la palma de la mano para formar palabras- de los sordociegos, tal como lo plantea el documental “El país del silencio y la oscuridad”, en el que se muestra cómo las personas que alguna vez pudieron oír, ver e incluso hablar pueden comunicarse mediante dicho sistema, sin embargo, aquellas que nacieron sin las capacidades auditivas y visuales están totalmente desprovistas de cualquier interacción que las conduzca a un desarrollo del pensamiento articulado, tal como lo conocemos.

Pero ellas no son el único ejemplo de personas que han sido desprovistas de la cultura –y, por tanto, del lenguaje-, a ellas se unen los casos de “niños salvajes” que se encontraron en Europa durante el siglo XVIII, sobre los que se han filmado películas (“El niño salvaje” de Truffaut) y se hicieron estudios, como el de Rosseau, que plantea que luego de hallar un niño abandonado en una selva y haberlo introducido en la cultura, se le cuestionó sobre su vida anterior –en la que no daba signos de razonamiento, lenguaje o andar erguido- y no pudo responder. No la recordaba.

Con ello, entendemos que el recuerdo –como todos los demás procesos humanos- es atravesado por el lenguaje; pensamos con base en él y sobre él edificamos interpretaciones, imágenes, ideas, anhelos, frustraciones. Tal como lo indica el lingüista Ferdinand de Saussure, “lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que precede al objeto” o el filósofo Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi universo”.

Así surge la objetivación humana que lleva a la apropiación del mundo en el que se vive, la que logra que las emociones puedan distinguirse y sublimarse hasta conformar, por ejemplo, una obra de arte. La que permite que se designen las relaciones, las personas, los objetos, la que posibilita la construcción de un código común basado en la palabra y reproducirla, combinarla, de tantas y tan variadas formas que -hasta ahora- nadie ha agotado.

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