TENGO UN PROYECTO: VOLVERME LOCO*
* POSDATA DE UNA CARTA ENVIADA POR DOSTOIEVSKI A SUS PADRES)
Locura, insensatez, pasillos laberínticos, tiempo a revés… locura de quienes recrean un mundo en donde todo es diferente, espacios en donde la locura deja de ser un teorema para convertirse en acción.
A lo largo de la historia, el origen de la locura ha sido asignado a fuerzas malignas. Una condena del alma, una posesión diabólica, un delito, un encantamiento, una conducta antisocial. También durante muchos años la psiquiatría creía tener suficientes “armas terapéuticas” para curar a los locos: contención mecánica, celdas de aislamiento, lobotomías, altas dosis de psicofármacos…Curaba a unos enfermos que no se consideraban enfermos y que no deseaban ser curados, al menos no de aquellos modos y maneras.
El concepto de locura ha sido empleado históricamente en diferentes contextos con diferentes significados, incluso distintos y contradictorios. Definir como extravagancia o locura dependía de la región, la época o las circunstancias sociales del sujeto.
Una forma de abordar la locura es pensarla como una construcción social, como un sistema de significaciones y representaciones mediante las cuales asignamos un lugar a una actitud o fenómeno al que consideramos diferente, anormal o desconocido.
Es decir, ante la situación de los locos enfermos mentales, no sólo debe haber un discurso científico que la avale, también tiene un sistema de representaciones en lo social que le otorga legitimidad. Representaciones e ideas que se sostienen en un mito que iguala inexorablemente: Locura = insensatez, delirio permanente, improductividad e imprevisivilidad, por tanto peligrosidad.
En la cotidianidad llamar loco a alguien puede resultar fastidioso o denigrante, pero no significa un calificativo definitorio. Sin embargo que el loco sea diagnosticado como demente o esquizofrénico, supone una reconversión a enfermo mental, un estigma social negativo y un correspondiente tratamiento correctivo. Con este diagnóstico y el tratamiento psiquiátrico el paciente pierde parte de su condición humana y adquiere la categoría de enfermo, al que es preciso detectar, internar, tratar y curar (Foucault).
Por ello es que el tema de los trastornos mentales se ha cargado con cotidianas falsificaciones de la realidad. Las consecuencias las paga siempre el enfermo. Muchos son internados por sus familias en hospitales psiquiátricos o aislados en sus propias casas, como si ese aislamiento les devolviera la cordura. Así, el enfermo mental entra a un mundo en donde es observado, marcado y considerado un desadaptado social, etiqueta que difícilmente podrá despegarse de la frente.
Convivimos con la locura día a día, en nuestras creaciones, en nuestros sueños, en nuestras lecturas, convivimos con los prejuicios, con la ignorancia, con el mito, con los deseos de evadirse de esta realidad. A fin de cuentas perder la razón es un viaje, con boleta de ida y vuelta, pero a veces sin regreso.
Un viaje en el que las distancias cambian, se distorsionan. Por ejemplo en el arte, en la relación estrecha entre artista y locura, dividida por una línea delgada y quebradiza. El ardor de la locura puede inspirar o envolver al artista de manera implacable. Escultores, pintores, escritores, músicos, que pasmaron en su obra un mundo diferente a los cánones de la normalidad. La deformidad expresiva, los componentes psicopatológicos, pesadillas, tristeza.
Muchos artistas han entrado en estos laberintos no comprendidos: el pintor del medioevo Hyeronymus Bosch; James Ensor y Evar Munich, pintores expresionistas que mostraron en sus obras desequilibrio emocional; Vicent Van Gogh, psicosis; Jackson Pollock, depresión y dependencia; Virginia Wolf, transtorno bipolar; Friedrich Nietzsche, Demencia; Edgar Allan Poe, psicosis maniaco depresiva; Louis Althusser, transtorno bipolar; Robert Schumann, transtorno bipolar; Miguel Ángel, depresión; Picasso, Dalí, Frida Khalo, Balthus…
Bien aseguraba Foucault que el arte empuja a la locura a sus límites sin cesar. En todo caso una locura creativa, metódica y apasionada como la que mueve a Hamlet. Al mismo tiempo el arte conforma la mejor terapia, tanto para el espectador como para sus creadores, cuando nos asomamos a la calle y sentimos que el aire está viciado de una locura cotidiana y sin sentido que muchas veces nos rebasa. La cordura sólo es la locura de la mayoría.
Bárbara Sánchez Ortiz
Locura, insensatez, pasillos laberínticos, tiempo a revés… locura de quienes recrean un mundo en donde todo es diferente, espacios en donde la locura deja de ser un teorema para convertirse en acción.
A lo largo de la historia, el origen de la locura ha sido asignado a fuerzas malignas. Una condena del alma, una posesión diabólica, un delito, un encantamiento, una conducta antisocial. También durante muchos años la psiquiatría creía tener suficientes “armas terapéuticas” para curar a los locos: contención mecánica, celdas de aislamiento, lobotomías, altas dosis de psicofármacos…Curaba a unos enfermos que no se consideraban enfermos y que no deseaban ser curados, al menos no de aquellos modos y maneras.
El concepto de locura ha sido empleado históricamente en diferentes contextos con diferentes significados, incluso distintos y contradictorios. Definir como extravagancia o locura dependía de la región, la época o las circunstancias sociales del sujeto.
Una forma de abordar la locura es pensarla como una construcción social, como un sistema de significaciones y representaciones mediante las cuales asignamos un lugar a una actitud o fenómeno al que consideramos diferente, anormal o desconocido.
Es decir, ante la situación de los locos enfermos mentales, no sólo debe haber un discurso científico que la avale, también tiene un sistema de representaciones en lo social que le otorga legitimidad. Representaciones e ideas que se sostienen en un mito que iguala inexorablemente: Locura = insensatez, delirio permanente, improductividad e imprevisivilidad, por tanto peligrosidad.
En la cotidianidad llamar loco a alguien puede resultar fastidioso o denigrante, pero no significa un calificativo definitorio. Sin embargo que el loco sea diagnosticado como demente o esquizofrénico, supone una reconversión a enfermo mental, un estigma social negativo y un correspondiente tratamiento correctivo. Con este diagnóstico y el tratamiento psiquiátrico el paciente pierde parte de su condición humana y adquiere la categoría de enfermo, al que es preciso detectar, internar, tratar y curar (Foucault).
Por ello es que el tema de los trastornos mentales se ha cargado con cotidianas falsificaciones de la realidad. Las consecuencias las paga siempre el enfermo. Muchos son internados por sus familias en hospitales psiquiátricos o aislados en sus propias casas, como si ese aislamiento les devolviera la cordura. Así, el enfermo mental entra a un mundo en donde es observado, marcado y considerado un desadaptado social, etiqueta que difícilmente podrá despegarse de la frente.
Convivimos con la locura día a día, en nuestras creaciones, en nuestros sueños, en nuestras lecturas, convivimos con los prejuicios, con la ignorancia, con el mito, con los deseos de evadirse de esta realidad. A fin de cuentas perder la razón es un viaje, con boleta de ida y vuelta, pero a veces sin regreso.
Un viaje en el que las distancias cambian, se distorsionan. Por ejemplo en el arte, en la relación estrecha entre artista y locura, dividida por una línea delgada y quebradiza. El ardor de la locura puede inspirar o envolver al artista de manera implacable. Escultores, pintores, escritores, músicos, que pasmaron en su obra un mundo diferente a los cánones de la normalidad. La deformidad expresiva, los componentes psicopatológicos, pesadillas, tristeza.
Muchos artistas han entrado en estos laberintos no comprendidos: el pintor del medioevo Hyeronymus Bosch; James Ensor y Evar Munich, pintores expresionistas que mostraron en sus obras desequilibrio emocional; Vicent Van Gogh, psicosis; Jackson Pollock, depresión y dependencia; Virginia Wolf, transtorno bipolar; Friedrich Nietzsche, Demencia; Edgar Allan Poe, psicosis maniaco depresiva; Louis Althusser, transtorno bipolar; Robert Schumann, transtorno bipolar; Miguel Ángel, depresión; Picasso, Dalí, Frida Khalo, Balthus…
Bien aseguraba Foucault que el arte empuja a la locura a sus límites sin cesar. En todo caso una locura creativa, metódica y apasionada como la que mueve a Hamlet. Al mismo tiempo el arte conforma la mejor terapia, tanto para el espectador como para sus creadores, cuando nos asomamos a la calle y sentimos que el aire está viciado de una locura cotidiana y sin sentido que muchas veces nos rebasa. La cordura sólo es la locura de la mayoría.
Bárbara Sánchez Ortiz
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