SE BUSCAN OÍDOS
José Alberto Sánchez Ortiz
Entro a una sala de concierto, me impaciento… Escucho algunos sonidos, una flauta o un clarinete, un violín o una viola, en este momento me da igual… sin orden alguno se hacen cada vez más esporádicos hasta desvanecerse. Aparece el director de la orquesta, prepara un movimiento de la batuta y me pregunto: ¿éste es el momento en que los garabatos sobre el papel se convierten en verdadera música?
La labor de los intérpretes es traducir o decodificar las grafías a sonidos, tomando en cuenta diversos parámetros, algo que es más complejo de lo que parece. Pero, ¿qué hay de aquellos que hacen los garabatos?, y más aun, ¿qué pasa con los jóvenes mexicanos que se quieren dedicar a esta actividad?
Es común escuchar en las salas de concierto de nuestro estado (entendiendo “salas de concierto” como cualquier espacio disponible para las orquestas o ensambles), las obras de los grandes compositores, algunas de casi 300 años de antigüedad. Sin embargo, las obras de compositores contemporáneos o menos convencionales, raramente se programan.
Tal vez tenemos que entender que la música contemporánea es un gusto adquirido, que difícilmente podemos tenerlo en un primer, segundo o tercer contacto. No es lo mismo sentarse a leer un libro escuchando la Sinfonía 40 de Mozart o el Clave bien temperado de Bach, que hacerlo escuchando música con diferente propuesta como 4’33” de Cage (obra que consiste en 4 minutos y 33 segundos de silencio), o el Helikopter-Streichquartett de Stockhausen (Cuarteto para cuerdas y helicóptero, en donde los 4 músicos tocan en un helicóptero en vuelo), así como la música electrónica, las obras orquestales monumentales como Metastaesis de Xenakis, Atmospheres de Ligeti, la Sinfonia para ocho voces y orquesta de Berio y muchas otras que harían una lista interminable.
Cuántas veces hemos escuchado el Huapango de Moncayo, la Sinfonía India de Chávez, Sensemayá de Revueltas, sin embargo gran parte de su obra, de igual o mayor calidad, es prácticamente desconocida.
No hay espacio para músicos mexicanos más allá de lo popular o de lo que se considera representativo. Mucho menos lo hay para compositores locales. Teniendo este panorama, los compositores jóvenes nos enfrentamos a la falta de intérpretes, pero peor aun, la escasez de oídos que estén dispuestos a conocer la música nueva sin prejuicios.
Al ser parte de aquellos que quieren dedicarse a hacer garabatos en papel pautado, me ocupo en entender el significado de la actividad creativa. Los compositores y escuchas tenemos la necesidad de saber que está pasando en el mundo, conocer los garabatos de los demás, escucharlos, experimentar, compartir nuestro sonidos, descubrir un discurso sonoro ajeno para tener más herramientas que nos ayuden a construir el propio y sobre todo concluir el proceso creativo, que en el caso de la música, es ser escuchada.
Entro a una sala de concierto, me impaciento… Escucho algunos sonidos, una flauta o un clarinete, un violín o una viola, en este momento me da igual… sin orden alguno se hacen cada vez más esporádicos hasta desvanecerse. Aparece el director de la orquesta, prepara un movimiento de la batuta y me pregunto: ¿éste es el momento en que los garabatos sobre el papel se convierten en verdadera música?
La labor de los intérpretes es traducir o decodificar las grafías a sonidos, tomando en cuenta diversos parámetros, algo que es más complejo de lo que parece. Pero, ¿qué hay de aquellos que hacen los garabatos?, y más aun, ¿qué pasa con los jóvenes mexicanos que se quieren dedicar a esta actividad?
Es común escuchar en las salas de concierto de nuestro estado (entendiendo “salas de concierto” como cualquier espacio disponible para las orquestas o ensambles), las obras de los grandes compositores, algunas de casi 300 años de antigüedad. Sin embargo, las obras de compositores contemporáneos o menos convencionales, raramente se programan.
Tal vez tenemos que entender que la música contemporánea es un gusto adquirido, que difícilmente podemos tenerlo en un primer, segundo o tercer contacto. No es lo mismo sentarse a leer un libro escuchando la Sinfonía 40 de Mozart o el Clave bien temperado de Bach, que hacerlo escuchando música con diferente propuesta como 4’33” de Cage (obra que consiste en 4 minutos y 33 segundos de silencio), o el Helikopter-Streichquartett de Stockhausen (Cuarteto para cuerdas y helicóptero, en donde los 4 músicos tocan en un helicóptero en vuelo), así como la música electrónica, las obras orquestales monumentales como Metastaesis de Xenakis, Atmospheres de Ligeti, la Sinfonia para ocho voces y orquesta de Berio y muchas otras que harían una lista interminable.
Cuántas veces hemos escuchado el Huapango de Moncayo, la Sinfonía India de Chávez, Sensemayá de Revueltas, sin embargo gran parte de su obra, de igual o mayor calidad, es prácticamente desconocida.
No hay espacio para músicos mexicanos más allá de lo popular o de lo que se considera representativo. Mucho menos lo hay para compositores locales. Teniendo este panorama, los compositores jóvenes nos enfrentamos a la falta de intérpretes, pero peor aun, la escasez de oídos que estén dispuestos a conocer la música nueva sin prejuicios.
Al ser parte de aquellos que quieren dedicarse a hacer garabatos en papel pautado, me ocupo en entender el significado de la actividad creativa. Los compositores y escuchas tenemos la necesidad de saber que está pasando en el mundo, conocer los garabatos de los demás, escucharlos, experimentar, compartir nuestro sonidos, descubrir un discurso sonoro ajeno para tener más herramientas que nos ayuden a construir el propio y sobre todo concluir el proceso creativo, que en el caso de la música, es ser escuchada.










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