¿Música o entretenimiento?


Aarón David Trápala Martínez

Sobre las más grandes y diversas opiniones acerca de, si la música es o no la más bella de las artes, se erige un cuestionamiento que resulta independiente de cualquiera que sea la respuesta correcta a este controversial tema: ¿Es la música la herramienta necesaria para satisfacer las necesidades (de cualquier índole que estas sean) del ser humano o se trata simplemente del resultado sináptico de algunas mentes que a lo largo de la historia han conseguido darle forma especial al sonido? Indudablemente la respuesta es igualmente difícil, pues en dado caso aquellas mentes pudieron también haber estado en la búsqueda de la satisfacción de sus propias necesidades, lo cierto es que ahora es imposible saber de viva voz bajo que premisa esos grandes talentos construyeron cada una de sus obras, por lo que cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de disfrutarlas, aprender de ellas y en su momento crearnos el juicio más aceptable.
De aquí desencadeno el punto central de este escrito, pues ha de ser ese juicio suficiente para permitirnos saber si lo que escuchamos es o no de nuestro completo agrado. La música, en su gran diversidad de formas, es capaz de expresar los más variados afectos, desde la más desgarradora tristeza hasta el júbilo exaltador de masas -nótese que aun no se ha mencionado ningún género o autor en específico- por lo que podríamos describirla momentáneamente como un lenguaje tan completo y fuerte, que no necesita traducción alguna (como sucede en otros lenguajes) para ser sentida.
Si bien es cierto, en la música académica (a la que comúnmente llamamos clásica), las técnicas de composición, sobre todo contemporáneas han desarrollado en los últimos años una gama más intelectual que empírica, por lo que su percepción se vuelve la mayoría de las veces (sobre todo para una persona que no ha recibido educación musical) un tanto difícil y cansada, pero no por esto el resultado carece de contenido afectivo, pues el fin buscado es siempre el mismo: la audición. Por otro lado, la música popular o comercial como también se le conoce, nos ofrece casi siempre la oportunidad de ser “digerida” de una manera más sencilla, de hecho muchas veces su elaboración persigue ese objetivo, pues entre más fácil resulte escucharla más fácil es venderla.

Ojo, no pretendo descalificarla, el hecho es, que es una realidad que hemos venido viviendo desde hace siglos y sin darnos cuenta. Así como la música académica, la música popular contiene obras muy importantes, obras que han trascendido por su inmensa belleza, su delicada inocencia o por su gran majestuosidad y otras que como ya lo dije antes, persiguen fines lucrativos, políticos, sociales, etc.
Por lo que no podemos darnos el lujo de proclamar a una más importante que la otra, lo que si podemos hacer es catalogarla dentro de un marco personal inteligentemente planeado para no ser víctima del proyecto lucrativo de muchas grandes compañías y mentes que pretenden utilizar el arte como medio de riqueza excesiva (esto lo podemos comprobar de una manera muy sencilla: fijémonos en el estereotipo del músico popular creado en nuestro país, rico, famoso y lleno de extravagancias que más allá del arte obedecen más bien a la perdida gradual de sensibilidad para disfrutar de las cosas más simples). Este criterio nos permitirá reflexionar sobre nuestros verdaderos gustos, nuestra verdadera relación entre lo que sentimos y lo que escuchamos y ¿por qué no? Probablemente podría ayudarnos a descubrir realmente quienes somos.

Mi voz, es solo una entre millones, la decisión sobre lo que queremos o no escuchar es de cada quien, desafortunadamente no hay un noticiero, un Joaquín o un Carlos que nos informe como va la industria de nuestras emociones, como el poder del sonido puede hacernos cambiar de opinión antes de darnos cuenta, como las ideas de todo un pueblo pueden contenerse con una barrera tan sencilla, el entretenimiento.

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