Música Neuronal


Por Juan Carlos Villaseñor (Fagotista)

La Música y los sentimientos siempre se han asociado como uno mismo. Pero ¿Qué dice la actividad cerebral de esto? ¿Son ciertas las caras que denotan expresión y las cosas que se ven en escena?

Mucho se habla sobre lo estimulante que es la música para el espíritu y el alma -en particular la música clásica, a la que un servidor tiene la honra de ejercer- mientras pasamos de largo el qué tan ciertas son o no estas opiniones.

Varios músicos expresan que no hay mejor lugar para escuchar música clásica que dentro de la orquesta, no hablo de tener pases "VIP", sino de escuchar desde el interior, ayudar en la construcción e incluso dejarse perder en la música misma, mientras el público presencia la escena del ejecutante, a veces penosa, ajeno al mundo y con la cara transfigurada.

Un gran músico y amigo, previo a un recital que ofrecimos en la bella airosa, me recomendó: (al más puro estilo de un sacerdote budista dando el último adiós a un nauseabundo condenado a muerte) -disfruta la música mientras estemos tocando- claro que no fue la primera ni ultima vez que alguien citaba para mi esa frase, pero en esa ocasión escuché el consejo y me sensibilicé a lo que aconteció en ese recital.

Mi mente preocupada por diversas posiciones, que en la música de Bach no parecen poca cosa, ritmos que constantemente duplicaban la velocidad de sus predecesoras notas y regresaban abruptamente al continuo original, armonías modulantes e inflexiones -propias del periodo- y con arpegios quebrados y tresillo y negras y corcheas y fusas y...!aahh! Digan amables lectores cómo se puede disfrutar si la mayoría del tiempo en que uno toca parece ama de casa aterrada con el marido próximo a llegar y la comida sin estar lista.

La razón por la que los músicos tocamos con errores sin poder reparar en ello es más compleja de lo que podría parecer, ya que usamos un sistema cerebral conocido como automático, éste trabaja de manera conjunta con otros, entre ellos el sistema emocional.

El cerebro humano está hecho para ejecutar más procesos automáticos que cualquiera de otro tipo, para estos procesos no es necesario ajustarse a ningún tipo de norma o regla, por muy musicalmente lógica que ésta parezca, o sea, los procesos automáticos nos dicen la primera impresión de las cosas. Lo anterior está en estrecha relación con los sistemas emocionales o afectivos, por ese motivo es probable que el músico de nuestra historia, o sea yo, por causa de un estado muy alto de estrés haya sufrido una modificación en su manera habitual de tocar y en eso consista su error.

Existen también los procesos controlados, involuntarios y cognitivos. Los congnitivos usan la lógica y el cálculo; los procesos controlados entran al juego en situaciones con niveles de estrés moderado, circunstancias viscerales o en cualquier otro desafío explícito; y finalmente los involuntarios son aquellos que se presentan de manera inconsciente.

Nuestro amigo músico contestón, del fagot, tuvo razón al aseverar que si ponía un poco más de consciencia en su ejecución los problemas quedarían resueltos, ya que usaría los procesos controlados de su cerebro. Aunque quizás ni siquiera puso atención en que su ejecución no podría salvarlo si no posee el suficiente grado de preparación o si los procesos afectivos hacen su aparición.

Tanto los procesos cognitivos como los afectivos trabajan conjuntamente con los procesos controlados y los involuntarios, dependiendo de la actividad cerebral que se realice.

Lo que ocurre cuando un intérprete ejecuta a J. S. Bach (o cualquier otro compositor) es que en su cerebro operan los procesos cognitivos involuntarios y no precisamente procesos afectivos ni controlados, como podría pensarse. En pocas palabras: los ojitos de huevo cosido y la cara de estreñimiento que varios colegas usan al momento de tocar en escena no es más que un engaño parte del show o la imitación de un estado trance que pocas personas pueden llegar a experimentar.

No obstante la música si es capaz de ser percibida en grados y niveles sublimes, sin que la caracterice una reacción corporal más allá que la conocidísima piel de gallina.

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