EDITORIAL
Después de llegar a la conclusión de que en la música sólo ha habido tres grandes: Johan Sebastian Bach, Led Zepellin y Panda, y obtener no menos rechiflas que un mal árbitro de fútbol por la inclusión de un grupo mexicano dentro de las filas de los grandes, tuve que poner a calentar el agua para bañarme en una cubeta de plástico con una resistencia eléctrica, ya que los precios del petróleo no le han permitido a la economía de mi hogar estirar el gasto para gas LP, sin embargo, a pesar de la problemática del petróleo en mi país, esta vez no salí a protestar ya que creo que en un futuro no muy lejano, sí puedo tener cien pesos y comprar un petro-bono que me haga ganar un peso al mes sin hacer absolutamente nada y sentarme a leer a Juan Rulfo y a Octavio Paz (los mejores escritores de habla hispana y por cierto mexicanos) despreocupadamente mientras mis inversiones trabajan.
Habiendo resuelto esto, puse mi atención en observar a la creación plástica mesoamericana y me di cuenta que no existe una más extraordinaria que ella sobre la faz de este planeta. Estoy seguro que la rechifla otra vez no se hará esperar, cuando los que de afinidad artística europea declaren en contra mía y me hagan pasar vergüenza pública como el día que unos amigos y yo, indignados por el alza al valor de los automóviles compactos, decidimos hacer un plantón frente a las instalaciones de la BMW en Alemania para protestar por ese aumento del 15% al valor de sus autos nuevos.
Mis amigos, un grupo de juniors a los cuales no les interesa en lo más absoluto el petróleo, la plástica mesoamericana o las manifestaciones culturales de este país, cuando menos tuvieron la delicadeza de apoyarme con Bach y Zepellin, tratando, obviamente, de desplazar a Panda por Pink Floyd, ya que en México no existe ningún grupo musical en su historia que haya podido aportar algo nuevo, según ellos. Y en cuanto a la plástica, no reconocen más que la figura de un tal Diego Rivera, y eso porque el papá de Charly tenía su oficina en Palacio Nacional.
La confrontación llegó a ser un tanto agria, al punto que en mi inocultable desilusión, ellos, para contentarme, decidieron regalarme un perrito de tablero para mi BMW que este año no pude cambiar por el modelo 2008. Puros cuentos, dirán.
Eddy Salgado
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