PACHUCO SIEMPRE

Raúl Alburquerque fragoso

      El  ruido de la música llegaba hasta sus oídos melodioso, sensual, retumbando hasta lo más profundo de su alma, demostrándole que algún resquicio de vida asomaba aún en ese remedo de cuerpo, flácido y reseco que  quedaba en él, la llamada subliminal no le dejaba trabajar en paz y en un momento dado, con ademán brusco hizo a un lado el cajón con las grasas y tintas para zapatos, pidió perdón al cliente en turno y se encaminó directa y ágilmente hasta donde se escuchaba el estruendo. 

      La trompeta entonaba en esos momentos un solo sonoro que invitaba a seguirla con tenues movimientos de los pies. El espectáculo era formidable, decenas de personas, en su mayoría de la tercera edad, bailaban acompasadamente al ritmo de la orquesta. Los ojos cerrados los transportaban a los grandes salones de música de antaño y el vaivén de sus cuerpos mostraba que la juventud, al menos en esos maravillosos momentos, se había enraizado en ellos a pesar del paso de los años.
 
     Mateo abrió sus ojos lo más que pudo, sus labios asomaron una sonrisa que tenía mucho tiempo sin enseñar y su cara enrojeció de placer. Eso era lo que había estado buscando, un motivo por el cual seguir luchando a diario por la vida, una forma de poder sentirse libre…, gozoso, espiritualmente lleno, una salida a los problemas y el cansancio de la vida diaria. Se acercó con pasos medidos, observando y analizando cada movimiento de los danzantes que al ritmo del danzón daban rienda suelta a sus anhelos.
 
     Primero vio a Fernando, traje rojo con vivos azules en la solapa, el pantalón holgado, al típico estilo del pachuco de los años cuarenta o cincuenta, la camisa con un discreto holán y el saco lo suficientemente amplio para permitir los suaves movimientos de los brazos y las manos que llevan a la dama delicadamente al ritmo de la música; los zapatos de charol, negros con vivos blancos, impecables, relucientes, el tacón alto y la punta exagerada, para terminar con un sombrero rojo igualmente adornado con una pluma del mismo color que le daba el toque de distinción.
 
      La  dama, por su parte, luciendo un vaporoso vestido de holanes, azul, como el color del cielo, guantes blancos cubriendo los delicados dedos que se apoyan sobre la viril mano de su pareja, zapatos con tacón de aguja  relucientes y  una flor fresca y aromática sobre su cabello.
 
       Mas allá, Roberto, otro pachuco orgulloso de su vestimenta, de su forma de vivir, al fin y al cabo el traje, negro en este caso sólo cubre una manera, una forma de ver la vida, de disfrutar esos pequeños momentos de felicidad, ¿mañana?, mañana será otro día, el trabajo rudo y el esfuerzo tendrá que redoblarse para subsistir en medio de esta crisis del demonio.

       Sin embargo, el pretexto bien vale la pena: poder bailar a sus anchas los fines de semana, al igual que lo hará Mateo, que desde el próximo viernes estará puntual a la cita en este lugar, vestido pachuco, alma aventurera, sólo faltará una pareja, y en este ambiente, es lo de menos, no faltará una mujer con quién compartir los últimos años, los últimos viernes, muchos o pocos, que le queden por vivir. ¿La crisis?, que se vaya al carajo, hoy quiere bailar, sentirse vivo, ser un pachuco de verdad.

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