Matesa

Julio Romano

A los siete años de edad tocó el Concierto para piano no. 1 de Ludwig van Beethoven. Antes de cumplir quince años de edad, Manuel María Ponce y José Rolón la aprobaron para graduarse como concertista. Con menos de treinta años, Carlos Chávez le otorgó una beca para estudiar en Europa, donde se ganó el título de “dama de los conciertos”. En 1978 tocó el Concierto para piano de Carlos Chávez, dirigida por Eduardo Mata, en el concierto que se hiciera en memoria del compositor tras su fallecimiento; fue la primera, además, que grabó toda su música para piano. En 2008 llenó dos días consecutivos la sala Nezahualcóyotl de la UNAM, ofreciendo el Concierto para piano no. 5 “Emperador” de Beethoven. Meses antes había cumplido ochenta y cinco años de edad. Ella es María Teresa Rodríguez.

La que fue recientemente designada como orgullo nacional por Yuriko Kuronuma, en los pasillos de la sala de conciertos Nezahualcóyotl, nació en Pachuca el 18 de febrero de 1923. En la calle Hidalgo, ese día, su padre salió para informarle a todo aquél que se le atravesara: “¡Tengo una hija, tengo una hija...!”. Y México tenía una pianista, pero aún no lo sabía. Lo supo cuando se iniciaba la década de 1930 y la niña encaró a Beethoven ante una audiencia privada; los años siguientes Antonio Gomezanda se encargaría de su formación e instrucción. Gomezanda había sido también maestro de la madre de María Teresa Rodríguez, que era maestra de piano.

María Teresa Rodríguez, “afectuosa y simplemente llamada ’Matesa’ por cuantos la apreciamos y admiramos”, revela el pianista Lázaro Azar Boldo, cuenta a Johann Sebastian Bach, Frédéric Chopin, Claude Debussy y Carlos Chávez como los compositores a cuya música pianística (o para teclado en el caso de Bach) prefiere acercarse al momento de abordar el blanco y el negro de su instrumento. Alguna vez ha revelado que tiene en Chopin a su favorito, a pesar de considerar a Bach como el rey de los compositores. Considera a Debussy como uno de los pilares de la música moderna y su relación con Carlos Chávez trasciende las partituras. Ella trabajó con el autor de la Sinfonía India en su Taller de Composición en la primera década de 1960: Era la encargada de tocar al piano las partituras de los alumnos de Chávez, para que él pudiera escuchar las creaciones de los jóvenes compositores.

Además de haber grabado la integral para piano de Chávez, entre los logros de Matesa puede encontrarse el haber sido en alguna ocasión jurado en el Concurso de Piano Frédéric Chopin de Varsovia, haber llegado a ser la primera mujer en dirigir el Conservatorio Nacional de Música, entre 1988 y 1992, y tocar al lado de músicos como Henryk Szeryng, Luis Herrera de la Fuente, Jean-Pierre Rampal, Kyril Kondrashin, Igor Markevitch y José Pablo Moncayo.
Eso y que en 1993, para festejar sus setenta años de edad, ofreció siete recitales para piano, uno por cada década de vida, en los que abordó composiciones de Wolfgang Amadeus Mozart, Johannes Brahms, Claude Debussy, Frédéric Chopin, Maurice Ravel y Robert Schumann, sin repetir nunca ninguna obra. Diez años después quiso dar ocho, pero sólo se pudo concretar uno, en la sala Ponce de Bellas Artes, no por otra cosa que no haya sido la falta de presupuesto para realizar los siete restantes.

A los ochenta y cinco años de edad sigue activa, sigue tocando, sigue con la agenda repleta. Quizá con menos destreza que hace medio siglo, pero su entrega no ha mermado, su dedicación no ha mermado, su memoria, su rigor, su dominio del instrumento. En el panorama pianístico de México actualmente podemos encontrar a ejecutantes como Alberto Cruzprieto, Jorge Federico Osorio, Gustavo Rivero-Weber, Arturo Nieto-Dorantes o Itziar Fadrique. Y, desde hace más de setenta años, a María Teresa Rodríguez, en cuyas manos la bagatela Para Elise de Beethoven sigue asombrando a quienes la escuchan por primera o por millonésima vez.


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