Anoche
Luis Enrique Frías
I. Pasan de las siete de la noche. La luz del cielo se empeña en no desaparecer, la oscuridad va dejándose caer tibia y definitiva.
En medio de la calle está un edificio cuyas puertas son de cristal, giratorias. De pronto él sale, vestido a la moda, cargando un portafolios de piel café claro como arena del mar.
Después de ver hacia ambos lados echa a andar hacia un carro. Sube, se pone al volante y emprende la marcha por la calle semivacía. Al llegar al semáforo da un distraído vistazo por el retrovisor y bosteza. Suena su teléfono celular.
Pamela. Mi ex amante. ¿Qué querrá?
—Hola.
—¡Cómo has estado!
El disco del semáforo se pone en verde. Da vuelta hacia la izquierda y desaparece.
II. La noche está pegajosa.
Se estacionó entre dos carros en una calle de edificios viejos. Los minutos transcurren con lentitud. La cavernosa canción de Iggy Pop que sale de las bocinas lo hace temblar de nerviosismo. ¿Qué me pasa? Sería muy bueno poder dar marcha atrás unos cuantos años. No estarías sufriendo por elegir entre ir con Pamela, ir con Jimena tu prometida o largarte a dormir y ver deportes. Se te ha agotado la voluntad. Mira a esa chica que va caminando. Seguro viene del gimnasio: lleva licras grises pegadas a las piernas. ¡Qué hembra! Ummmh. En tus mejores tiempos ya estarías haciendo planes de cómo follarla. Mírate ahora. Estás acabado: pobre oficinista.
Sí. ¿Pero qué hago? Tomemos una decisión práctica. Una cosa es segura: todo anda mal con Jimena. Y hay otra cosa peor: creo que ya no siento nada.
Hace unos años hubieras ido primero con Pamela a tener un sexo animal, luego por cocaína al centro con Larry y después con Jimena para darle algunas migajas de cariño. Lo hubieras hecho sin problemas. Pero ahora…
Te quiero Jimena, mucho, pero hay que actuar.
Así debe ser. Y yo soy un hombre, qué otra opción me queda.
Te apeas del auto y te vas. Antes, enciendes un cigarrillo.
III. Pasillo vacío de un edificio. Se arma de valor, respira profundo y llama a la puerta del departamento. La rubia lo espera del otro lado.
—¡Changuito cabrón! ¿Ya viste la hora, cabroncito?
—Lo siento ¿oquei? –Echa un mirada a su reloj de pulsera. —Bueno, que sea rápido, ¿para qué me quieres? Tengo prisa. –Se lleva la mano derecha al bolsito del pantalón, extrae una cajetilla de cigarros Montana y enciende uno.
—¿No me ofreces?
Le alarga la mano y ella le arranca la cajetilla guardándosela entre los senos. Y:
—No fumo, changuito, ya lo sabes, tontolín.
—Bueno, dime qué quieres.
—Ven —tomándolo de la mano desaparecen departamento adentro.
IV. Se quedan con los codos a la mesa en la enésima ronda de cervezas. Es de madrugada, hay música tecno. Ella balbucea acerca de cómo marchan las cosas en el trabajo. Él la escucha sin pronunciar palabra. Sus ojos tropiezan con los pechos de ella tensados bajo la playera azul.
—Puta. ¡Sigues buenísima! No mames.
—¡Changuito! —Abre los brazos, pone la voz más dulce. —¡Ven! No te puedo olvidar, ven.
Como niños extraviados en el bosque, los labios se encuentran en una desaforada sinceridad carnívora. Rueda la cervecería sobre la tabla. Se pierden habitación adentro.
V. El Sanborns está lleno. Es de mañana; hay un incesante ruido de platos y voces. En la mesa una mujer llamativa lee Cosmopolitan. Da un sorbo a la taza y alza la vista para otear el lugar. Acude él a su encuentro.
—¿Por qué tardaste tanto? ¡Mira esas ojeras! Bebiste. Estoy cansada de esto.
Él la calló a besos. El semblante se le resquebrajaba, estaba a punto de romper en llanto. Ella lo apartó poniéndole las manos en el pecho como si empujara una pared.
—Ya. Esto no puede ser. —Llorando, tomó su bolso de la silla, marchándose.
En vano trates de alcanzarla extendiendo la mano; los párpados te pesan mucho. No hubiera ido, piensas, al tiempo que te resignas y pides tranquilamente una taza de café. Jimena cruza atropelladamente por las mesas, pasa dando empellones por la sección de revistas y sale del lugar dejando en movimiento la puerta giratoria de cristal.
0 Response to "Anoche"
Publicar un comentario