Todos morimos

Raúl Alburquerque Fragoso


Desde pequeño conocí a la muerte de manera muy cercana.  Cuando estaba en segundo ó tercer grado de primaria dos de mis amigos de infancia murieron atropellados al salir corriendo en busca de sus madres que acudían a recogerlos al terminar la jornada diaria, el cuadro fue estremecedor e impactante y a pesar de  contar entonces con muy pocos años de edad, pude observar por primera vez el rostro de la muerte en la cara de mis compañeros y no termine de olvidar esos ojos sin vida,  hasta años después con el correr de la vida, que todo lo borra.

Ya en la secundaria, una de mis mejores amigas y de quien estuve enamorado secretamente durante meses, María, falleció igualmente de manera brutal cuando fue alcanzada por el autobús que la traería de su pueblo a la ciudad para asistir a clases, y  en cambio solamente la pudo llevar a un trágico fin, cortando de tajo sueños y anhelos de quien, de haber seguido viviendo, seguramente hubiera llegado a ser una persona muy completa en todos los aspectos.

Los años pasaron, llegó la época en que creemos poder hacerlo todo sin límites, sin medir las consecuencias, las fiestas y reuniones con sus excesos llegaron y afortunadamente no sufrimos ningún percance grave, ya para entonces formábamos  un grupo de seis amigos que de milagro sobrevivimos a ese ritmo de vida desenfrenado propio de la edad cuando no se tiene otra manera de expresar todo lo que nos aqueja durante esa época tan difícil pero al mismo tiempo tan hermosa de la vida.


Durante mucho tiempo, el tema de la muerte dejo de tener un lugar preponderante en mi mente, quizás porque a esa edad creemos poder ser inmortales, que la muerte no esta hecha para nosotros y en caso contrario, faltarían muchos años para poder ocuparnos de ello.

Pero todo llega a su fin, así como hay un principio, un origen, existe también un final, y con el paso del tiempo nuestra vida se va acortando y empezamos a perder gente muy cercana a nosotros, primero, los abuelos de nuestros amigos y de nosotros mismos, después tíos, primos, y así se va formando una hilera interminable de ausencias que nos van dejando solos poco a poco.

Así empezó todo, recuerdo que fue un día del mes de mayo cuando falleció aquella amiga de mamá a quien ella quería tanto y me enteré a través del periódico local en el cual salió publicada la esquela, -mala costumbre que nos impide olvidar que todos moriremos algún día- estaba por la mañana en la oficina y la leí, el primer impulso fue tomar la bocina del teléfono y llamar al numero de la casa de mamá con el fin de darle a conocer la infausta noticia, sin embargo algo me detuvo, quizás la idea de que mi madre igualmente de avanzada edad no podría tomar el acontecimiento como algo natural de la vida y se pondría mal, o quizás mi miedo a perderla también a ella.

Así transcurrió el día, sin poder decidir que sería lo más adecuado. Por la noche, las pesadillas ocuparon mi mente, al día siguiente desperté habiendo tomado una decisión.

¿Se podría evitar la muerte? ¿Por qué morimos? ¿Será porque seguimos modelos establecidos  de conducta?, ¿sería la muerte una forma de conducta, una imitación de algo que los demás hacen? morimos porque sabemos que debemos morir, pero ¿y si solo supiéramos de vida?, ¿si nunca nos enteráramos de la existencia de la muerte?
 Ese día comenzó todo, empezamos por no volver a comprar ningún diario,  la televisión solo la podíamos encender en canales que se refirieran a aspectos de vida, de salud, de bienestar, nunca de muerte, las pláticas con los amigos nunca tenían que ver nada con ese horror, se prohibió en casa tratar de cualquier forma  algún asunto relacionado con el fin y así fue, durante mucho tiempo mi madre vivió sin pensar en ella, a los médicos que la visitaban solicitábamos no hablar de eso, solo de esperanza.

Así pasaron los años, parecía que lo habíamos logrado, nadie en casa murió durante esta época, solo los que teníamos un mayor contacto con el mundo exterior debido al trabajo o la escuela teníamos esporádicos encuentros con el tema, pero los rehuíamos, evitábamos a toda costa inmiscuirnos en pláticas sobre ello, es mas, la gente misma empezó a no mencionarlo siquiera delante de nosotros, parecía que habíamos encontrado la solución para poder vivir eternamente, para ser inmortales, nuestros cuerpos mismos dejaron de sufrir de enfermedades y los estragos normales  por el paso del tiempo.

Un buen día, había salido a la oficina y deje a mamá en casa, como siempre, realizando laboriosamente su trabajo, tarareando de vez en cuando una canción, llena de vida.

Algo sucedió de manera fortuita, nunca había pasado, el vendedor de periódicos que habitualmente vendía sus diarios en el crucero de la avenida decidió terminar su día ofreciendo sus últimos ejemplares de puerta en puerta por la colonia, después lo supe, llegó a la casa y tocó, fue mamá quién abrió, tenía muchos años sin tener un periódico en sus manos, la noticia principal era agradable, “los ingresos de los trabajadores han logrado una sorprendente recuperación”, decía el encabezado.

Mamá lo tomó en sus manos y lo empezó a hojear, la sección de sociales hablaba sobre la elegante boda de una atractiva mujer, la sección de deportes exaltaba el último gran triunfo de la selección mexicana, volteó la pagina y ahí termino todo, una esquela en media plana acabo con su vida, reencontró la muerte, se dio cuenta que todos morimos algún día.

Cuando regresé por la tarde todo había acabado, había muerto con el periódico en sus manos, sentada frente al televisor, no obstante, en su cara se podía observar una gran paz, una última sonrisa de agradecimiento por haber tenido la oportunidad de vivir.

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